Por fin, el 12 de agosto a las 9 de la mañana dejamos atrás Roquetas de Mar, el puerto, su varadero y su bien disfrutado Club Náutico, rumbo a Caleta de Velez. Jose Luis, Jesús y Rafa nos ayudan a largar amarras y nos despiden desde el pantalán del club, con aire paternalista, sin dejar de aconsejarnos prudencia, tranquilidad y buena letra.
Maniobramos para desatracar y al salir del puerto, la primera en la frente: maretón de fondo. Entre que izo la mayor y suelto las defensas, ya me he cargado con el primer mareo de la temporada. Nos alejamos varias millas para evitar las olas cercanas a la costa, pero cuando se agarra un buen mareo, es difícil soltarlo, así que, echo el desayuno por la borda y pillo la horizontal hasta la hora de comer.
La jornada es tranquila, las olas nos van abandonando y el viento no acompaña, así que ayudamos a la mayor con un poco de motor, para intentar llegar a Caleta de día. Ni por esas. La tarde se consume y se pone el sol a pocas millas de nuestro destino. Al menos nos acompaña la luna llena, con lo que la luz no nos deja del todo y tenemos el gusto de navegar de noche bajo su atenta mirada. Además, en el puerto nos esperan Sebas y Emi, con los que pensamos cruzar el estrecho este mismo fin de semana, rumbo a Marruecos.
El sábado nos lo tomamos de descanso.
El domingo, 14 de agosto, sobre las 8 de la mañana, dejamos el puerto de Caleta de Velez. Quizá es algo prematuro cruzar el estrecho con nuestra escasa experiencia, pero aprovechando que nuestros amigos Sebas y Emi tenían planificado ir para allí, nos hemos animado a hacerlo con ellos. Además, la previsión es de calma, quizá incluso demasiado, por eso hemos calculado 24 horas de navegación hasta nuestro primer destino: Marina Smir. Es un puerto construido en 1990, a bombo y platillo, por cierto, ya que supuso el primer puerto deportivo de esta costa marroquí. En su día un lujazo, hoy, algo decadente y bastante vacío, no ha prosperado como se esperaba. Claro que después de los puertos que visitaríamos posteriormente, aún me atrevo a decir que ha resultado un auténtico lujo...
El día de navegación resulta extremadamente tranquilo, 2-3 nudos a vela, vamos que sí, que andando se habría hecho antes, pero no es lo mismo, oye...
Navegamos a la par con el Ibero de Sebas y Emi y nos fotografiamos mutuamente, por momentos incluso hablamos de barco a barco.
Nos las prometíamos muy felices, pero a medida que cae la noche y nos acercamos al estrecho, empieza a arreciar el viento y a agitarse la mar. La navegación se empieza a hacer incómoda y la inexperiencia pasa factura en forma de intranquilidad, al menos en mi persona. El capitán no pierde la calma tan fácilmente. Para más inri, perdemos al Íbero de nuestra vista. La mar cada vez está más movida, por momentos pensamos en retroceder hasta el puerto más cercano, pero a estas alturas no merece la pena. Con valor y mucho sueño, le tomo algún relevo a Koldo al timón para que descanse, aunque con el movimiento, me he vuelto a marear. Empiezo a tener los típicos pensamientos de: "quien coño me habrá mandado a mi...", "con lo bien que se vive en Vitoria y lo que yo quiero a mi familia..." y entre estas tiernas deliberaciones, y apoyada la cabeza en el borde de la bañera, me pego alguna cabezada que otra, de las literales y de las de dormir...
Y así, medio adormilados los dos en la bañera y con las luces de Smir por proa, empieza a surgir la luz por levante. Amanece (que no es poco) y enfilamos al puerto y unas horas más tarde, sobre las 9 de la mañana entramos por la bocana. Y para no terminar la jornada sin un punto más de emoción, varamos en la entrada del puerto (he de eximir al capitán de dicha responsabilidad ya que fue debido a una información erronea que nos trasmitieron). Afortunadamente el fondo es de arena, y además, íbamos muy despacio, así que, al tercer intento, metemos marcha atrás, y salimos sin mayor problema.
Ya en suelo marroquí, toca hacer las "formalités": policia, aduanas, capitanía... y después, lo más importante: pegarse una ducha y descansar.