domingo, 8 de julio de 2012

CABRERA Y MALLORCA


Un par de días después de llegar a Ibiza ya nos habíamos reconciliado con la vida marina. Recuperamos el sueño, el apetito y la ganas de seguir navegando. Algunas calas, viejas conocidas, nos aportaron la serenidad de llegar a un lugar familiar, y en medio de un mar en calma, de estar, de fondear y de dormir tranquilos, que no es poco. Pero siempre se descubren nuevos paisajes, se visitan nuevos rincones, para mantener vivo el espíritu original, la curiosidad...

Y así, tras una semana en Ibiza, navegamos hasta Cabrera a ocupar la boya que allí teníamos reservada. La isla de Cabrera es Parque Nacional Marítimo Terrestre y su uso y disfrute está bastante restringido, existe un campo de boyas que hay que reservar previamente por internet para poder fondear y por tierra no se puede caminar fuera de un par de senderos señalizados. Pero aún así, o quizá por ello, tiene un encanto especial, y es que la bahía te envuelve en su montañosa y verde personalidad.


El medio acuático, allí donde nuestra permanencia está supeditada a unos pulmones más o menos capaces, obladas y sargos de tamaño considerable te rodean, te observan, te ignoran, así como los meros, que salen de sus cuevas sin grandes precauciones, sin temor a encontrarse en el punto de mira del fusil de algún hombre-rana. Y así han proliferado generosamente en esta isla.




Y de Cabrera, como es natural, fuimos a Mallorca, isla que tampoco conocíamos, al menos, desde el mar. El sur de la isla, pasó por delante nuestro sin pena ni gloria, pasando la primera noche en Sa Rápita y la segunda en la bahía de Santa Ponça, rodeados de hoteles repletos de alemanes e ingleses, que inundaban con sus berridos la bahía coreando los goles patrios...

Al día siguiente, se presentó ante nosotros una nueva Mallorca, que comenzó en la isla de Dragonera para continuar por todo el noreste hasta el cabo de Formentor. Desde Dragonera hasta Sóller, una costa de laderas verdes, tendidas y abruptas, salpicadas de unos pocos pueblos pintorescos y alguna cala ídem. Primera noche en Sa Foradada, al abrigo de una roca imponente que te abriga y te asusta en la misma medida. Las siguientes noches, en el puerto natural de Sóller, una bahía resguardada que alberga multitud de veleros y todo tipo de barcos fondeados.



    

Después, desde Sóller hasta Formentor, la sierra Tramuntana en caída libre, paredones inmensos de roca, barrancos que desembocan en el mar, apenas huellas de civilización. Para nosotros, que originalmente somos más de montaña que de mar, un regalo precioso e inesperado.





  

Y para regalo, el encuentro en Sóller con nuestros amigos mallorquines: Juana, Joan, Marcial, Toni, Maite y familia... Juana ejerció de perfecta anfitriona para nosotros y nos proporcionó lo que más necesitábamos en aquel momento: la posibilidad de sentirnos personas normales y aseadas, socialización y cambio de dieta... cosas que se agradecen después de tres semanas de asilvestrada vida marina. Merçi Joana.







No hay comentarios: