Nos
despedimos de Mallorca apresuradamente y llegamos a Menorca a
trompicones y medio mareados. Y es que huyendo del anunciado temporal
del norte, pillamos sus prolegómenos, que vinieron del sur y nos
procuraron un paso por el canal de Menorca bastante incómodo. Nos
dirigimos a la primera cala del sur de la isla, a resguardo de la que
se avecinaba, y pasamos una primera noche de lo más movida, como los
dos días siguientes, acompañados de todo tipo de eventos
meteorológicos: tormentas, galerna, risaga (fenómeno meteorológico típico de Menorca y que provoca, puntual y repentinamente, grandes oscilaciones del nivel del mar)...
Pasó el temporal pero
sus efectos sobre el mar duraron varios días, en los que añoramos
la quietud del mar de los días en Ibiza, Cabrera... No obstante
disfrutamos de fondeaderos como Macarella, Trebaluja, Cala Coves,
sobre todo Cala Coves, que nos acogió durante más de dos semanas.
Ésta, es una de las calas más bellas de la isla, posee una bahía
central no demasiado ancha que se bifurca en dos pequeñas y
estrechas entradas al norte y al oeste que culminan en pequeñas
playas bastante pedregosas y con algo de arena. Está rodeada de
altos acantilados horadados por numerosas cuevas que en su día
albergaron pobladores talayóticos y más recientemente, a una buena
cuadrilla de hippies.
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Macarella |
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Trebaluja |
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Cala Llucalari |
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Vestigios hippies tallados en las paredes de los acantilados |
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Inscripciones romanas en una de las cuevas |
Cada día, desde bien
temprano, un goteo de turistas (por recomendación de alguna guía de
la isla o del puro instinto -los menos-) y de isleños autóctonos,
se acercan a este lugar buscando un trozo de roca plano donde posar
su toalla y su trasero unos, una escalada con panorámicas otros, un
fondo escénico para sus fotos veraniegas todos y un baño
refrescante la mayoría...
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Andando sobre las aguas |
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Inmortalizando el momento |
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Cala Coves |
En el agua, asimismo,
cada día el entretenimiento está servido con la ida y venida de
veleros y yates a motor, que, con mayor o menor pericia realizan la
maniobra de fondeo, para entretenimiento de los allí presentes y, en
ocasiones, mosqueo de algún barco vecino.
Nuestra estancia en
Cala Coves se ha alargado por varios motivos, aparte de ser uno de
los entornos más hermosos de los que hayamos visitado: el resguardo
que ofrece a los vientos del norte que han abundado en nuestra
estancia, una antena cercana que nos ha procurado cobertura de móvil
e internet (cuestiones vitales para el teletrabajo), la existencia de
una fuente de agua dulce (para llenar el depósito) y fresquita (para
enfriar las cervezas hasta el nivel mínimo permitido) y de un pueblo
lo suficientemente cerca como para ir puntualmente a por víveres,
pero lo bastante lejos como para no importunar la tranquila vida en
la cala...
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Cala Coves desde mitad del acantilado |
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Cala Coves, desde lo alto del barranco que se extiendo al oeste |
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Cala Coves, desde el norte |
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Algunas de las cuevas que dan nombre a la cala |
Durante nuestra
estancia en Cala Coves, fondeados en el mismo lugar, a escasos 4
metros de tierra, donde echamos un par de cabos para mayor seguridad
(como la mayor parte de los barcos hacen), hemos visto a muchos otros
barcos llegar, pasar una noche o dos, algunos más, e irse. Españoles
o franceses la gran mayoría, bastantes ingleses y alemanes, y muy
pocos de otras nacionalidades. La mayoría familias, muchas
cuadrillas de amigos y algunas parejas, especialmente jubilados.
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Nuestra cueva, a escasos metros de las rocas |
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Más de Cala Coves |
El tiempo y la observación nos han llevado a varias conclusiones GENÉRICAS. Los españoles normalmente son familias acomodadas, jóvenes de charter (barco de alquiler). Suelen ser ruidosos y gritones, vamos que se lo pasan pipa y no dejan lugar a la más mínima duda... Entre los franceses predominan las parejas mayores y las familias con niños pequeños. Suelen tener veleros muy bien preparados pero sin grandes lujos. Son gente muy apañada, discreta y muy eficiente en sus maniobras. Entre los alemanes se encuentran jóvenes parejas con o sin familia y jubiletas, mucho hippie de todas las edades. Los alemanes suelen llevar barcos viejunos tuneados, clásicos bien cuidados o barcazos de reconocida calidad. Son echados pa'lante y apañados, ufanos y autosuficientes. Los ingleses, habitualmente poseen veleros hipermodernos o yates ultrarápidos y megaguapos absolutamente sobredimensionados, lo que viene a ser un “conmenosculotambiénsecaga” en nuestra jerga... Suelen ser familias con niños rubios y guapos (pequeños clones de Beckham y Victoria), padres apuestos y madres estupendas, o abuelos hiperricos y operados con una tripulación que ni el Queen Elizabeth... Algunos parecen simpáticos, pero en general, sobradetes...
Estas
observaciones nos llevan a otra conclusión, de la que nuestra propia
experiencia es un buen ejemplo: el mundo de la navegación
(especialmente a vela) no está restringido a gente adinerada, está
a la altura de cualquier persona con unos pocos ahorros, unas pocas
ganas de aventura y dispuesta a renunciar a ciertas comodidades, que
a bordo, se convierten en lujo (ducha, frigorífico, habitación de
invitados, etc.).
En estas dos semanas
largas, hemos tenido tiempo y habiendo tiempo, cuando no se está ni
leyendo, ni bañando, ni cocinando, ni fregando, ni durmiendo, a mi
me gusta observar. Cuando Koldo me pregunta “¿Qué haces,
cotilla?”, yo estoy observando a la gente de otros barcos y
preguntándome “¿Quienes son?”,
“¿A qué se dedicarán?”,
“¿Dónde vivirán normalmente?”,
y, sobre todo, “¿Cómo será ese barco por dentro?” y
“¿Cómo pueden caber tantos?”.
Y como nadie contesta a mis preguntas, yo me imagino las respuestas,
las historias, los parentescos...
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La antigua casa del guardia |
Con
algunos, cruzas miradas, sonrisas y un “buenos días”
(bonjour o good
morning) legañoso a la primera
incursión mañanera a cubierta, con otros hemos compartido algo más,
conversaciones, experiencias, ajos (como buenos vecinos) y alguna
risa que otra...
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Una tripulación que hacía honor a su nombre |
Pero,
como todo, la estancia en Cala Coves llegó a su fin, y antes de ser
abducidos por el espíritu hippie que pulula por entre las cuevas de
sus acantilados, largamos los cabos que nos unían cual cordón
umbilical a las entrañas de este paraje especial y nos trasladamos a
un lugar menos natural y especial y más logístico, Mahón.