Para
no habernos convencido las travesías nocturnas, empezamos esta nueva
temporada en plan masoquista, saliendo de puerto el jueves 6 de junio
a las 5 de la tarde, para pasar la primera noche navegando.
Afortunadamente, noche tranquila, sin mucho viento, sin mucha mar.
Pero cuando el sol pierde fuerza, cuando se acerca irremediablemente
a la línea del horizonte, la humedad hace patente su presencia, los
cojines de la bañera se humedecen, tu ropa, tu cuerpo se humedece...
en unos pocos minutos, de los paños menores a la mantita y al
chubasquero. Y aún no se ha hecho de noche...
Cuando
la oscuridad ya no es sólo una intuición, comienzan los turnos de
guardia, y me voy a dormir o a intentarlo, la noche está tranquila,
sí, pero la cama se mueve, olita arriba y olita abajo, olita de
costado... y dentro del barco todo hace ruido, en un pequeño espacio
una maraña de ruidos, desde el crujir de la madera y de la fibra
hasta el último de los objetos que cuelgan de algún lugar dentro
del barco o se amontonan en armarios, cajones y tambuchos, además de
los cabos que golpean contra el palo, contra la cubierta, etc. y el
sonido inquietante del agua que corta la proa del barco al otro lado
de la pared de tu camarote, a escasos centímetros de ti...
Me
despierto veinte veces, sigo durmiendo o intentándolo, sigo teniendo
sueño, -pero Koldo también lo tendrá -me
digo, -si, pero yo siempre he sido de dormir más, -ya
pero él..., y me vuelvo a dormir... y me despierto, y quizá
sólo han pasado diez minutos desde la última vez, pero esta vez sí,
me levanto, -venga Koldete, vete a dormir un rato. Y
me apuesto en la bañera, sobre los cojines húmedos y oteo el
horizonte en busca de luces, y de que mis ojos vayan acostumbrándose
a los destellos de los faros, a las luces de otros barcos, intentando
calcular la distancia que nos separan de ellos... Y miro el cielo, y
hay miles de estrellas, y mis ojos parpadean mucho, me levanto y miro
a popa, no hay barcos a la vista, aún se ven las luces de la
península, pero no hay barcos a la vista, son las 2 de la mañana,
miro a babor y a estribor, hay una luz a lo lejos, pero muy lejos,
sí, y el viento me daña los ojos, y los cierro dos segundos... Me
siento de nuevo, los parpadeos son cada vez más seguidos, apoyo la
cabeza y cierro los ojos y pienso que está muy lejos aún, que puedo
echar un sueñito, que no va a pasar nada, pero a los 15 segundos
levanto la cabeza y miro el plotter,
no hay peligro a la vista, el piloto automático funciona
correctamente, seguimos el rumbo indicado y sólo hay una luz a lo
lejos... Cierro los ojos, y mira que si me quedo dormida y ese
tontainas también lo está y justo estas dos lucecitas en medio del
mar hacen crash, me da
algo... y vuelvo a mirar, y no hay peligro y sí que me da algo, sí,
el sueño, y me quedo dormida, pero sólo medio minuto o quizás
dos...
Y
así durante un tiempo indeterminado, hasta que Koldo me da el
relevo, y ahora sí, con más tranquilidad y la conciencia tranquila,
me da igual que se mueva y que todo haga ruido, me da igual todo, me
duermo, al menos una hora o quizá dos... qué lujo...Zzzzz...
Pasa
la noche, amanece muy temprano, y el día pasa también lentamente,
con algún delfín por proa, pero hay poco viento, motor, pero el
motor no funciona en condiciones... algo tiene el motor, le va a
pasar algo... Mecagüenlamar!
Y
así, cinco días en Cartagena, un mecánico y dos travesías
nocturnas mediante, llegamos a Ibiza, casi 8 meses después de
hacerlo por primera vez. Pero esta vez con una mejora considerable
respecto al año pasado: tenemos una barca auxiliar para ir a tierra.
Y aunque seamos de los pocos que lo hacen a remo, estamos felices de
poder ir a tierra, de pisar firme y de poder contemplar desde lo alto
de algún acantilado la visión de nuestro pequeño velero, nuestra
casa, nuestro universo en medio de una cala espectacular y sobre una
gama nítida de azules.