lunes, 5 de diciembre de 2011

REGRESO A LA PENÍNSULA. SE ACABÓ EL VERANO

El mes de noviembre puede regalarte días maravillosos en las islas, puedes sorprenderte bañándote en aguas transparentes en una cala solitaria o mirándote en el espejo y descubriendo que la última travesía ha dejado un sutil resquicio de moreno en tu careto, pero antes del atardecer, ya estás buscando en el armario un forro polar o un chaleco de plumas para ponerte encima del jersey, por no decir que las chanclas han empezado a estorbar en medio del suelo de la bañera, ya que a estas alturas se imponen los calcetines y zapatillas bien cerradas.

Una vez asumido que el verano ha llegado a su fin (lo has estrujado más que el tubo de la pasta de dientes), y que el regreso a la península es irreversible, hay que rebuscar entre las previsiones meteorológicas para encontrar una corta ventana de buen tiempo, lo que no es fácil a estas alturas del año en que las previsiones son cambiantes, huidizas y poco fiables...


Y así, guardamos los tempos en el puerto de Sant Antoni esperando el momento de partir. Esta vez el salto debería ser de mayor alcance que cuando vinimos, no nos podemos permitir un regreso muy lento y con muchas escalas, ya que en el momento menos pensado, en cualquier puerto o fondeo o detrás del siguiente cabo te puede esperar un nubarrón, un maretón o un vendaval de narices.

El viernes 18 de noviembre fue el día elegido y el destino, Cartagena. Mejoraba el tiempo entre unos días de fuertes vientos del suroeste y borrascas a tutiplén por todo el Mediterráneo. Nos esperaban día y noche completos de navegación por delante, y aunque no pintaba una travesía muy movida, estaba claro que no sería tan tranquila como la ida.





Salimos sobre las 8 de la mañana, el agua en la bahía descansaba más o menos tranquila, después del tute que había sufrido los últimos días. Fuera del resguardo de la bahía, los últimos estertores de un temporal agonizante soplaban ya sin apenas aliento.

Hacia el mediodía, el alegre sonido del carrete de la caña nos despertó de la inopia y nos ofreció un túnido, que fue a engrosar la depauperada despensa de a bordo. Siguió la navegación en medio de una marejadilla con áreas de marejada a lo largo de la tarde, mientras el cielo se iba tiñendo de una incierta escala de grises. A primera hora de la tarde, se materializó la sospecha en estado líquido y a medida que pasaron las horas y con la caída del sol, el mar fue creciendo. Durante un par de horas y mientras Koldo se dedicaba a menesteres gastronómicos relacionados con el túnido anteriormente citado, yo hice la primera guardia bajo una lluvia ligera pero cansina, con los ojos en las olas que venían de popa y la mano en el timón, lista para cambiar de rumbo para que la ola no nos cogiera de través (de lado).

Al fin salió Koldo a cubierta a ofrecerme relevo. Yo ya llevaba largo rato mirando más al cielo que al mar, e intentando controlar la dirección de las tormentas que nos amenazaban desde varios frentes. Aunque aún era pronto, la luz se había apagado del todo y sólo se iluminaba el cielo puntual y repentinamente por los relámpagos que cada vez más numerosos, me tenían en vilo. 


Para cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos la tormenta encima y el viento cerca de los 20 nudos. Y la mayor izada. Me acerqué al palo a recoger la vela mientras Koldo maniobraba para facilitarme la operación (con el viento hinchando las velas es difícil recoger, hay que situarse proa al viento para que no embolse la vela). En ese momento el viento alcanzaba rachas por encima de los 30 nudos, el diluvio universal nos caía encima, el barco se movía como una cáscara de nuez a capricho de las olas y relámpagos como panes ponían los efectos especiales amenizando la operación. Yo, abrazada al palo y luchando con el viento por bajar la vela, me vi en medio de una escena que creí haber visto antes en alguna película. Sin duda aquello podría ser una versión muy light de La Tormenta Perfecta, y, quizá por la sensación de que aquello no podía ser cierto me sorprendió la tranquilidad y lucidez con la que afronté, sin doble alguna, la escena de peligro de la película... 


Al fin, con ayuda de Koldo pudimos recoger la vela mayor y volver a la bañera. Yo, dí por buena mi actuación y salí de escena, vamos que me recogí en el interior, chorreando agua hasta de la ropa interior... Apenas me había dado cuenta, pero tenía un mareo de tres pares de narices, así que lo único que pude hacer fue tumbarme en el sofá y esperar. Koldo entró enseguida y decidimos quedarnos dentro y confiar ciegamente en el piloto automático. Así fue, y a lo largo de toda la noche el velero estuvo navegando sin timonel humano. Nosotros, dormitamos malamente vigilando cada poco tiempo por si algún mercante o velero se cruzaba en nuestro rumbo. La noche se hizo laaaaaaarga, pero al fin amaneció, y transcurrió la mañana y llegamos a Cartagena, 30 horas después de haber salido de Ibiza.


En Cartagena asistimos a la salida de una regata
En Cartagena tocó pasear durante tres días y guardar reposo mientras el mar se seguía llenando de agua de lluvia y revolviendo a gusto... y es que, como ya he dicho, a estas alturas del año, por cada día tranquilo en el mar hay tres o cuatro de temporal. Por cierto, el piloto automático, echó el resto la noche de autos, pero salió gravemente perjudicado y aún no se ha recuperado, pero confiamos en que lo haga en el momento menos pensado y resucite...


Al cuarto día, afrontamos la travesía Cartagena-Roquetas de Mar, vieja conocida, pasando una vez más por nuestro querido Cabo de Gata y con otro temporal buscándonos la popa. Y una vez más a esperar en Roquetas un buen día, que por fin llegó para dejarnos ir hasta Almerimar,  donde se cierra temporalmente, un círculo.


Y por cierto, MUCHAS GRACIAS a tod@s por leer estas historias y por vuestros animosos comentarios, que son el aliento que hace navegar a este humilde blog. Hace tiempo que os lo quería decir.


  
 
De todo hay en la viña del señor...

jueves, 1 de diciembre de 2011

FORMENTERA, UN PARAÍSO DE BOLSILLO

Desde que tengo uso de razón, nos han mostrado el paraíso en infinitas imágenes del Caribe, con sus fondos cristalinos, sus playas paradisíacas y sus palmeras. En anuncios de ron, de champú, en la tele, en revistas y en escaparates de agencias de viajes. Y nos han vendido lunas de miel como rosquillas en lujosos resorts todo-incluido al otro lado del charco.

Y resulta que el paraíso estaba aquí, en un pequeño archipiélago del Mediterráneo, a escasas 60 millas de la península, donde puedes ver el ancla de tu velero a 10 metros de profundidad. En una pequeña isla de forma muy irregular que ha sido muy bien conservada y ha desarrollado un turismo sostenible, aunque a costa de hacerlo elitista. Y es que hay que hacer malabarismos para no descuadrar el presupuesto, pero se puede viajar sin dejarse un riñón en el intento, incluso si tienes un velero y pueda parecer que los chines no sean tu mayor preocupación.

Mientras el buen tiempo nos ha acompañado, hemos podido navegar y fondear, hemos disfrutado de las vistas más privilegiadas de la isla, de la soledad de las calas, del suave viento hinchando las velas, de atardeceres desde cubierta, del solete calentando el cuerpo y hasta de cervezas calentorras a bordo...


Pero también tuvimos la suerte de que amenazara un serio temporal de levante estando fondeados en lo que se convirtió en nuestra posada en Formentera, la Ensenada del Cabrito, lo que nos propició la entrada al puerto de La Sabina por un par de días.

Así que alquilamos una mierdascooter de 49 c.c., más que trillada, nos echamos unos bocatas a la mochila y dejamos grabado en la memoria de nuestros riñones todos los baches de la Formentera rural. Con un ruido atronador y una sensación de velocidad abismal, nos descubrí sacando la rodilla en las curvas y agachando el lomo en las bajadas y me sentí lo más feliciano que ha pisado esta isla en mucho tiempo.





 


Y así, parando aquí y allá, sacando fotos, entrando en el bosque, visitando faros, pueblos y playas, perdiéndonos por caminos rurales, conocimos la isla de Formentera sin apenas quitarnos el casco de la moto.


Snorkell en Espalmador, paseo por Ses Illetes, fondeo en Cala Saona, la ensenada del Cabrito, el faro de Barbaria, el de La Mola, Es Pujols, etc. Las islas y tú, el mar y tú, las algas y tú, el faro y tú, el velero y tú, la moto, el camino, el campo, las casas blancas, los peces que comen de tu velero, los embarcaderos, el kitesurfer y tú, otro velero fondeado en la bahía, el viento, las olas, noviembre y tú, un libro, una estrella fugaz para ti, muchas estrellas...es difícil explicarlo pero todo esto es Formentera, o, por lo menos, lo ha sido para nosotros. Inolvidable.

El cinematográfico Faro de Barbaria

Maretón (levante) vs. calma chicha (poniente). Lo que hace un estrecho brazo de tierra...

Ses Illetes, norte de Formentera

Cala Saona (Oeste de Formentera)

Disfrutando el temporal de levante

Barquitas en Estany des Peix

Atardecer en el Estany des Peix

Formentera rural

Bucólicas y románticas imágenes se encuentran por doquier
 
La posidonia cubre los fondos de las islas y también algunas playas

Un velero a la virulé en Es Pujols

Algunos hacen caso omiso de los avisos de temporal y así les va... (habíamos compartido fondeadero la noche anterior y nosotros huimos del temporal como de la peste, ellos no)

martes, 15 de noviembre de 2011

IBIZA MIX

Ibiza y Formentera fueron bautizadas por los griegos como Islas Pitiusas, por la gran alfombra verde que las recubre (pitys, pino en griego). En estos días que llevamos navegándolas, miles de pinos han seguido nuestra ruta y nos han observado desde sus atalayas privilegiadas, verdísimos y sanos la mayoría, desde su escuálida negrura otros, como almas calcinadas, daños colaterales de la energía de la naturaleza o víctimas injustas de la estupidez humana.


Todos ellos han sido testigos de navegaciones y fondeos tranquilos y otros no tanto, de chapuzones fugaces y refrescantes como Dios nos trajo al mundo y de baños interminables enfundados en neopreno hasta las orejas, y de un par de visitas que han venido a alterar muy gratamente la rutina a bordo, aumentando notablemente la moral de la tripulación y enriqueciendo la dieta Cicelyana. Primero María, que vino cantando fados y riendo e invitando a reir, tan propio de ella. Luego Margari y Jose Luis, curiosos por ver con sus propios ojos y sentir en carne propia la vida de su retoño.


Ibiza nos invitó a conocer diversas calas desde distintas caras... En la primera tourné a la isla fueron Cala Port Roig (al suroeste de la isla), la ensenada del cabrito (en Formentera), Cala Llonga (este de Ibiza), Portinatx (norte) y Binirrás (norte).


En Port Roig nos dejamos invadir por el relax y el no-hacer-nada que María venía buscando, y por la noche, observamos las estrellas, fugaces y no-fugaces, hasta que el exceso de humedad nos presentó el camino a la cama. Por la mañana, mientras María seguía abandonada a su tarea, nosotros le compensamos a puro golpe de martillo y llave inglesa para cambiar la correa del alternador que, casi por casualidad, descubrimos que se había roto la víspera.


Al día siguiente, en la Ensenada del Cabrito, más de lo mismo, tranquilidad y buenos alimentos, aunque tocó madrugar ya que para el día siguiente se mascaban un puñado de nudos de viento y había que dejar a María en condiciones, en el puerto de Ibiza. Como quien deja un paquete de estraperlo y bajo amenazas de marrón según uno que pasaba por ahí, en una maniobra rápida y limpia, dejamos a la fadista, sin intención alguna de atracar en un puerto poco adecuado a nuestro bolsillo.

En este corto espacio de tiempo, ahí fuera se estaba liando parda y nada más salir del puerto, confirmamos las previsiones que habíamos requetestudiado. Por suerte teniamos una cala cerca bien resguardada, cala Llonga, que nos acogió en su maternal seno de altos acantilados rocosos y fondos de arena y algas que se intuían bajo un agua hirviente.


Este pequeño temporal y la falta de planes y mayores preocupaciones, nos retuvieron en esta cala tres días y tres noches, y tras la agitación, vino la calma. Y fue aquí, a resguardo del mar del sur, donde navegué el Cantábrico y doblé Finisterre hacia el sur, para seguir hasta las islas Canarias desde donde crucé el Atlántico rumbo a Brasil, para continuar hacia el norte, navegar el Caribe, atravesar el canal de Panamá, saltar de las Galápagos a las Islas Marquesas y recrearme en el Pacífico Sur, internarme en los archipiélagos de Indonesia, Filipinas, el Indico, cruzar el Mar Rojo y ya en el Mediterráneo, a través de las islas griegas e italianas, remontar el Mare Nostrum, pasar el estrecho y esta vez hacia el norte, volver al cantábrico en la dirección opuesta y 17 años más tarde, hasta Hondarribi, en un sinfín de aventuras y descubrimientos que pocas personas hayan podido vivir como lo hicieron los integrantes de esa familia vasca tan curiosa.




Y así, apuramos la estancia en Cala Llonga y al salir de allí volvió a pillarnos un mar nervioso, agitado, con olas de las que empiezan a inquietar a una. Aunque tentados con volver de nuevo con mamá-cala, aguantamos, y a medida que nos alejamos de la costa, la mar fue a menos. Un par de horas más tarde, doblamos punta Moscarté y enfilamos la cara norte de la isla.


Fondeamos en la turística Portinatx, bastante frecuentada, especialmente por guiris, propensos a bañarse en las cristalinas aguas ibicencas haga sol, llueva o refresque. Pasamos la noche y al día siguiente salimos de ahí sin mayores sobresaltos.

En una tranquila navegación, llegamos a Binirras, un tesoro de cala a buen resguardo de temporales, formada por roca, vegetación, arena, agua y alga fundidos en un perfecto cocktail de naturaleza. 


Pues bien, como ya llevábamos una semana sin pisar tierra y en un par de días recibíamos visita paternal, al día siguiente salimos de Binirrás con idea de atracar en el puerto de Sant Antoni. Nada más lejos de la realidad, ya que a la salida de esta cala nos recibió un maretón de agárrate-y-no-te-menees con olas de unos cuatro metros según yo (tres metros según vimos posteriormente en el parte.... já). Me quedé paralizada sentada en la bañera y con las dos manos apretando fuerte el borde de la misma, mientras Koldo capeaba el temporal lo mejor que podía. Entré a por los chalecos salvavidas. De atrezzo, el señor Meteo nos puso la tormenta encima y llovió, claro, en lo que ya se había convertido o en un castigo celestial por algún pecado cometido en otra vida (en esta no hemos sido tan malos) o en una prueba de fuego barriobajera para entrenar nuestro espíritu marinero-sufridor.

Esta vez sí, volvimos con papá Binirras, aunque la broma ya me había costado a mí un abotargamiento mental que me duraría varios días, un cabreo fugaz con el mundo y una desilusión transitoria por no poder tocar tierra ese mismo día. Ni el siguiente. Ni el siguiente. Al cuarto día por fin pudimos salir de allí, justo a tiempo de recibir la visita de los padres de Koldo.


Al día siguiente, ya acompañados, fondeamos en Cala Blanco, también al norte de la isla, donde una imponente mansión te vigila desde la frondosidad de su jardín, la curvatura de sus paredes blancas, sus perfectos muros de piedra y su circuito cerrado de televisión.


Y así, llegó la lluvia a toda España, y como no podía ser de otra manera, también a las Islas Baleares, con lo que nos dedicamos los días posteriores a hacer turismo de interior, lo cual resultó muy interesante, a la vez que innovador y así pude descubrir que Binirrás, la cala que nos refugió aquellos días de temporal, es casi más bonita desde tierra que por mar...






Y más tarde, cuando escampó tras varios días de tormentas, y ya solitos, bajamos a Formentera, Pitiusa Menor, y que merece capítulo aparte.