Sin persianas ni cortinas
que le impidan el paso, a intempestivas horas de la cuasimadrugada,
la primera luz del día, la más traicionera, la más certera, se
cuela a hurtadillas por la ventana de nuestro camarote, justo encima
de nuestras cabezas. En ese momento, me despierto, pero sólo a
medias, doy una vuelta, me vuelvo y me revuelvo para ambos lados, en
un momento indeterminado entre la tercera y la cuarta vuelta, me
vuelvo a quedar dormida. Hasta que, un tiempo después, la luz
mediterránea es tan evidente, que lo antinatural es dormir. Además,
empieza a hacer calor. En ese momento, un pie se desliza entre las
sábanas, hace aparición en el estrecho espacio que existe entre la
cama y el techo del camarote, se eleva cauteloso, y con gran
habilidad, abre la ventana, para que empiece a entrar un poco de aire
y ya se pueda respirar en esta leonera...
Tras el consiguiente
remoloneo, abro el ojo y entre dos legañas veo a Koldo enfundarse en
su armadura de neopreno hasta no dejar ni un centímetro de su cuerpo
al aire. Me levanto. El primer pie lo poso sobre el cuarto de baño,
para el segundo paso ya estoy en el salón-comedor, al 5º en la
cocina, en tres más estoy en cubierta, y en un par de ellos más
podría estar en el agua, rodeada de peces más despiertos que yo y
en medio de una cala fantástica... Pero este no es mi estilo, porque
me cuesta coordinar movimientos y neuronas antes de desayunar, así
que, al lío: cafetera, fruta, tostadas, galletas y cereales para
recomponer mi estado infrahumano y empezar el día en condiciones.
Después del desayuno, y
para estrenar mi condición de persona, me siento en la bañera y
hago honor al apodo que Koldo me tiene asignado:
“yohevenidoahablardemilibro”. Me pego el libro a las manos
y me sumerjo en una realidad bien distinta a la que tengo alrededor,
mientras en mi estómago los jugos gástricos trabajan para
proporcionarme un pronto baño sin riesgos digestivos.
De vez en cuando, alguna
ráfaga de realidad, me saca de mi absorto estado, para dar cuenta de
que, ahí fuera el show ha comenzado: pequeños barcos a motor,
clónicos, de alquiler, vienen y van, con familias a bordo o parejas
jóvenes, donde el chico descarga su energía acelerando el motor y
derrapando, mientras su chica, expulsa agudos y felinos gritos e intenta tomar el sol en la proa a pantocazo limpio.
Una hora después,
aparece el chico del neopreno y desayuna, yo aprovecho para refrescar
mi acalorado y serrano cuerpo y para saludar a esos pequeños
pececillos negros de cola bífida que me rodean nada más sumergirme.
Decidimos
cambiar de alojamiento para la próxima noche, así que, preparamos
el check out:
arrancamos motor, quitamos el toldo, encendemos el plotter,
montamos el piloto automático, plegamos la escalerilla, preparamos
la mayor y recogemos el ancla. Marchando. El siguiente destino,
normalmente, una cala cercana. Si hace un mínimo de viento y apenas
hay ola, que es lo menos habitual, apagamos el motor y vamos a vela,
tranquilamente, sin prisa, sin sobresaltos hasta que, descubrimos que
se nos acerca un ofni
(objeto flotante no identificado) a toda pastilla, no es un torpedo
(aunque lo parece), no es un misil (aunque lo parece) es un yate
inmenso, como un edificio de cuatro pisos con diseño de fórmula 1,
normalmente inglés, que, antes de darnos cuenta, pasa a 60 metros de
nuestro pequeño seiscientos de planta única y diseño clásico al
que pone a la virulé
en lo que duran malditas las olas
que nos ha dejado a su paso... FUCK YOU!! Grito yo, aunque sé que no
me va a oír ni el último miembro de la tripulación
convenientemente aseada, peinada y uniformada de esa mole
contaminadora, pero al menos en un intento de desahogar la rabia...
Llegamos al destino
elegido, observamos la situación, la cantidad de barcos fondeados,
las posibilidades de la cala, el lugar más apropiado, la dirección
del viento. Elegimos el hueco y vamos allá, la gente de otros
barcos, a nuestro paso, nos observa con cara de sospecha, con
miradas que dicen cosas del tipo: aquí ni se te ocurra muchacho,
if you wanna live myfriend..., achtung! Mierdenvessel,
&/%&%$... pero el capitán, impertérrito, aprieta los
dientes, pone cara de seguridad y hasta la cocina... echamos el ancla
en el lugar elegido, esperamos a que el viento nos ponga en el lugar
que nos corresponde y observamos a nuestro alrededor... ¿véis
chicos? No era para tanto..., myfriend, you know, I'm a good
fucking skipper... y repartimos una ración de sonrisitas a los
vecinos más cercanos... Todo en orden. No obstante, el capi, para
asegurar el fondeo, se echa al agua a observar cómo ha quedado el
ancla, la profundidad que nos rodea y que no haya nada raro por ahí
abajo... Ahora sí, fin de la comprobación, fin del fondeo, podemos
apagar el motor, recoger el piloto automático, apagar el plotter,
poner el toldo y disfrutar de nuestro nuevo alojamiento... hasta que
un nuevo inquilino venga a romper nuestra tranquilidad y haya que
salir a cubierta a observarle con cara de malotes y mirada de “ni
se te ocurra plantar tu sucia popa a mi lado, colega...”.
Hecho esto, el que quiera
fondear que fondee, que a mi ya me toca pegarme un baño y escrutar
los bajos fondos del nuevo barrio...
A
la hora de comer, ensaladas, verduras, pasta en todas sus variantes
(espaguetti, arroz, cous-cous) y pescado, conforman la base de
nuestra dieta diaria. Puntualmente, algún cefalópodo se cuela en
nuestra cocina, dando el toque exótico al menú del día.
Después
de la comida, viene la siesta de rigor, que por lo que a mi respecta,
es normalmente sustituida por un rato de lectura, tras lo cual se
impone otro baño. Algunas veces toca explorar tierra firme, bien sea
con fines logísticos (echar basura, comprar pan, buscar alguna
fuente de agua dulce) o por asentar el cuerpo sobre tierra firme y
mover las piernas más de lo habitual.
Y
aunque parezca que todo es bañarse, leer, dormir y jamar, en
ocasiones las actividades no son tan apetecibles: fregar la cubierta,
limpiar sentinas, revisar el motor, retocar el fondeo en mitad de la
noche por alguna razón que nos impide dormir, echar y recoger y
volver a echar y recoger el ancla (con sus veintipico kilos y sus 30
metros de cadena), maldormir, bañarse sin ganas por revisar el
fondeo, aguantar treintaypico nudos de viento con tormenta cerrados
dentro del barco a cal y canto, soportar vecinos ruidosos hasta las
tantas como si estuvieran en la cubierta de tu barco, etc.
Lo
cierto es que los momentos “malos” suelen ser más intensos pero
los buenos, afortunadamente, mucho más habituales... Y es que, si
no, ¿que haríamos viviendo en Cicely?