viernes, 30 de septiembre de 2011

A TRAVÉS DE ALBORÁN

Hace ya un mes que volvimos de Marruecos, y aunque el tiempo ha hecho bien su trabajo de filtrador de recuerdos, las experiencias fuertes se quedan bien asentadas en cuerpo y mente y duran y duran... de modo que intentaré recordar lo más fielmente posible la travesía que nos devolvió a costas almerienses de nuestra incursión marroquí.

Al día siguiente de llegar a Alhucemas, 24 de agosto, recorrimos el centro de la ciudad y nos dedicamos a hacer acopio de víveres en uno de esos mercados callejeros de los que ya he hablado: fruta, ensalada, verduras, huevos, aceitunas y hasta un pez limón. Y dimos buena cuenta de los dulces marroquíes en una de esas pastelerías que dejan a una pegada al mostrador a pesar de las docenas de abejas que revolotean en el ambiente...


Habíamos decidido salir ese mismo día para cruzar el estrecho en dirección a la costa española, ya que la previsión era más que buena (fuerza 3 y marejadilla) y de quedarnos por allí más tiempo nos podíamos ver en la tesitura de tener que esperar una semana más a que las condiciones volvieran a ser buenas... 


Nos permitimos un descanso y un baño en la playa de Alhucemas (Playa Quemado),  acompañado de un análisis sociológico de lo que se cocía por allí: 
  -pijeras gordinflones sembrando el pánico sobre una moto de agua alquilada y repartiendo boletos para una decapitación entre bañistas impasibles 
  -la vestimenta de baño del sector femenino. La menda, la única mujer con bikini en una playa repleta de jóvenes y niños de ambos sexos. 

De vuelta al puerto, nos preparamos una comida-merienda-cena, para afrontar en condiciones la travesía y así, la idea de salir aún de día se desvaneció con la puesta del sol en plenos preparativos para la partida.

La primera sensación fue maravillosa, la pura idealización de una navegada nocturna: el cielo pleno de estrellas, la mar tranquila, algo de viento, y un regalo del mar en forma de fosforescencias acuáticas. 

La inquietud de la partida y la emoción de un destino próximo se hicieron un hueco en mi estómago,  y acamparon a sus anchas para acompañarme a lo largo de este incierto camino. Mi compañero de viaje se aceleró una vez que a los restos del atardecer les dio por morir y al viento por arreciar. Y a las olas por atacar, desconsideradas y traicioneras, por donde más duele y más mueve en un barco, de costado. La absoluta oscuridad nos impedía ver el momento exacto en que la ola nos golpearía, pero a fuerza de recibir nos hicimos cargo del ritmo y la serie de las olas. Aunque no por ello dolían menos.

En el interior se movía todo que daba gusto, se cayó todo lo que se podía caer, con el consiguiente estruendo. Los bichitos de mi estómago apretaban una cosa mala, y peor aún, amenazaban con salirse por la boca...

Con poco convencimiento, hice un intento de dormir en el camarote, con intención de poder dar relevo a Koldo un poco más tarde. Fatal error. Volví rápido a cubierta y me tumbé a ratos en la bañera (si aún no lo he explicado, es la zona de la cubierta desde donde se gobierna el barco) intentando dormir. Apenas dormí en toda la noche y Koldo, menos aún. 

A diario, cuando una duerme plácidamente no se da cuenta de lo que una noche puede dar de sí, de todas las horas de oscuridad que siguen al día y que velan nuestro sueño reparador. Bien lo sabrá la gente que padece de insomnio o de males peores que le impiden dormir. Como saben que, afortunadamente, después de cada noche, llega otro día, que no tiene necesariamente que ser como el anterior. En nuestro caso, tras la noche, también se hizo el día y la sensación mejoró un poquito, pero las condiciones del mar, no. 

Malditas las previsiones, que nos jugaron una mala pasada, la fuerza del viento se multiplicó por dos, las olas de un palmo crecieron hasta los dos metros y la marejadilla fue al gimnasio y se convirtió en una fuerte marejada. Hay que joderse con el mar de Alborán. Cierto es que ya nos avisó nuestro amigo Ali, encargado de mantenimiento del puerto de Cala Iris, y gran persona: "En Alboran si pone 2 son 3 y si pone 6 son 8". Realmente, el Mar de Alborán es un mar muy singular con mucha influencia de las corrientes del estrecho y su propia batimetría. Por momentos, nuestra velocidad real no pasaba de 2 nudos, por las corrientes en contra que nos empujaban hacia el continente africano. 

En cuanto amaneció, vimos tierra, y en nuestra confusión, pensamos que sería la isla de Alborán, incluso, entre risas, valoramos la posibilidad de una alucinación, ya que era demasiado grande para ser la isla y parecía estar demasiado lejos. Finalmente, asombrados, reconocimos el perfil de Sierra Nevada, que asomaba entre brumas a unas 70 millas de distancia. La visión de tierra firme te ofrece una falsa sensación de cercanía, hasta que horas después de seguir viendo el mismo paisaje te haces cargo de una manera más realista de las distancias existentes y de la velocidad a la que te mueves...

El desayuno consistió en bollos deformados y desmigados con coca-cola. La masa harinada se iba haciendo un hueco en mi estómago, dejando de lado al cienpiés que me venía acompañando desde la salida en Alhucemas. 


A eso de las 10 de la mañana, y tras dejar el bajo El Segoviano (toponimia marítima) por babor, el mar se tranquilizó un poco, ofreciéndonos unas horas de calma y un cierto alivio. Poco después, cruzamos la autopista de ferris y cargueros desmedidos que suben del estrecho a toda pastilla dejando tras de sí un tsunami a evitar.


Después volvió a arreciar el poniente y el resto del día transcurrió con cierta tensión, malcomiendo y maldurmiendo, y sin poder dejar el timón un momento. El día también se nos antojó largo, desde que surgió próximo a la isla de Alborán, hasta que se apagó en las cercanías de nuestro puerto de destino (Adra), pero al menos nos permitió disfrutar puntualmente de la visita de varios grupos de delfines y de algún pez volador, curioso espectáculo y sabroso manjar para los delfines.

Al anochecer visualizamos el puerto de destino, y no sin cierta dificultad, dimos con las luces de entrada. Para finiquitar la jornada nos quedaba un trabajo no menos dificultoso como atracar, de noche, con cierto viento en un puerto vacío, desconocido, y donde no aparecería el marroquí de última hora a echarnos una mano con las amarras. 



Y, así, somnolientos, nerviosos, cansados, y agarrotados todos los músculos, amarramos a nuestro pequeño gran velero en medio de un pantalán vacío de barcos y de personas y repleto de gaviotas y su correspondiente costra de excrementos, lo cual me impidió besar el suelo en plan papa, como hubiera querido hacer nada más pisar tierra firme.


martes, 27 de septiembre de 2011

MARRUECOS III. AROMAS DE MARRUECOS

Si quieres testear tu sentido del olfato, viaja a Marruecos. Si tienes dudas sobre el funcionamiento de tu pituitaria, un recorrido por este país es el mejor banco de pruebas para comprobar si te funciona bien o no.

Pasea por las calles de cualquier pueblo o ciudad, del norte o del sur, mediterráneo o atlántico, atlas, antiatlas, montañas del rif o desierto, y sus mercados callejeros te deleitarán con los míticos y típicos olores a cúrcuma, a comino, a clavo, a cilantro... Recréate con el espectáculo de su cOLORido. Haz buen acopio de este muestrario oloroso y si pasas por una curtiduría, coge fuerzas y entra, contén el vómito y respira bajito, es intenso y hediondo, pero el paisaje merece la pena, artesanía pura (y dura...). 

Afortunadamente, los bolsos y cinturones de cuero, que cuelgan amogollonados en las  pequeñas tiendas de la medina expiden un aroma más agradable, sin dejarte de recordar que están elaborados a partir de piel de cabra.

Para tomar el pulso a la cotidianeidad de la vida marroquí, siéntate en una plaza y párate a observar a tu alrededor. Aprecia la fragancia de los naranjos que te rodean y las flores de los jardines, buganvillas, jazmín... Después de un rato, estás preparado para entrar a la pastelería de la esquina y pegarte un revolcón oloroso de almendras, miel, canela y hojaldre. No te conformes con olerlos, prueba esos dulces. 

Salvo que seas muy curioso, procura evitar los puertos, suelen ser lugares corrompidos por los fétidos efluvios del pescado putrefacto y el excremento de gaviota... 


Tómate un té o dos todos los días, y abre bien tus fosas nasales sobre ese vaso humeante, hasta que te piquen los pelillos y te lloren los ojos. El olor de la hierbabuena bien lo merece.

Pasa de refilón por rincones muy evidentes, junto a tapias o muros y zonas oscuras, pues el macho marroquí es muy dado a marcar su terreno en estos lugares. Apesta.


Si lo tuyo es el vicio, busca ese pequeño café en la ciudad o ese gran café de un pequeño pueblo de la zona del rif y serás obsequiado con una degustación olorosa de lo que por allí se fuma...

No te vayas sin probar la harira en cualquier restaurante o casa marroquí, alimenta sólo con olerla, y además, no te va a salir ni parecida si la intentas hacer en tu casa... Probablemente te acompañará el aroma a sardinas a la brasa, o a cordero guisado, o a tagine de verduras con cous-cous, a tomillo, a apio, a perejil...

Si ese viaje a Marruecos te resulta olfativamente indiferente, háztelo mirar por tu otorrinolaringólogo de cabecera. Tendrás uno, ¿no?

sábado, 17 de septiembre de 2011

MARRUECOS II. EL RAMADÁN

Nuestra estancia en la costa marroquí ha coincidido con el ramadán. Es una época curiosa para ver la infinidad de posturas que un marroquí puede adoptar bajo la sombra del cachivache más insospechado, esperando en estado latente a que se ponga el sol para dar rienda suelta a sus principales necesidades, o sea, fumar, comer y beber... De hecho a más de uno se le acumula el trabajo y no sabe cual de estas tres tareas emprender en primer lugar. Se dice que ha habido casos en los que alguno se ha fumado la harira, se ha bebido los cigarrillos y se ha comido el té...


Supongo que Alá reparte a cada musulmán al nacer un talón de paciencia sin fondos, de otra manera no se entendería como se pueden dedicar durante un mes a mirar el tiempo pasar delante de sus narices, y no morir en el intento... al menos, los que carecen de oficio conocido. El resto, pescadores, maestros, comerciantes, adaptan en la medida de sus posibilidades sus horarios laborales en este mes de ayuno y abstinencia, que resulta especialmente duro cuando coincide en meses calurosos, como ha sido el caso de este mes de agosto.

Las horas previas a la puesta del sol, las calles se transforman en puro bullicio, en un ir y venir de gentes en busca de víveres con los que romper una jornada más del ramadán, mercados a rebosar, terrazas repletas de gente que no toma nada, restaurantes y bares cerrados... El ansia de comer y la sed se palpa en el ambiente hasta el punto de hacerte sentir culpable por comer y beber ante sus narices... "Lo siento, amigo, yo no musulmán..."

Pero afortunadamente, todos los días se pone el sol, y en ese momento, las calles se quedan desiertas, los locales que permanecían abiertos se cierran y los que estaban cerrados se abren y se llenan de gente hambrienta, el olor a harira (típica sopa de legumbres y bastante especiada con que habitualmente se rompe el ramadán) inunda las calles desde los platos de la mayoría de las casas y restaurantes marroquíes. Al cabo de una o dos horas, la vida vuelve a las calles de los pueblos y ciudades marroquíes y las terrazas de llenan de gente que toma café o té. Algunos permanecen sentados hasta ya bien entrada la madrugada, alargando la jornada nocturna, en la que (casi) todo está ya permitido...




martes, 6 de septiembre de 2011

MARRUECOS I. EL MEDITERRÁNEO MARROQUÍ.

  A lo largo de esta navegación por la costa marroquí, visitamos, en dirección oeste-este, los puertos de Marina Smir, El Jehba, Cala Iris y Alhucemas. No tuvimos mucha suerte con el viento, que casi siempre nos venía de proa y flojillo, por lo que tuvimos que acompañarnos del coñazo de motor más a menudo de lo que hubiéramos deseado. Por el contrario, gozamos en bastantes ocasiones de la visita de los delfines, que se acercan a nuestra proa a saludar y a deleitarnos con sus simpáticos saltos y piruetas, un espectáculo emocionante y delicioso donde los haya.


  La primera recalada fue en Marina Smir. Es un lugar bastante insulso, un puerto grande casi vacío, creado de la nada y en torno al cual se han ido construyendo urbanizaciones y hoteles para gente de un cierto nivel adquisitivo. 

Tiene la suerte de encontrarse bien localizado, a unos 5 kilómetros de M'Diq, un agradable pueblo de pescadores venido a más, en especial desde que es uno de los lugares de vacaciones de la familia real. En M'Diq he visto, como en pocos lugares marroquíes, cuidar con mimo la limpieza de las calles.

También aprovechamos nuestra estancia en Marina Smir para visitar Tetouan, que se encuentra a unos 20 kms al interior. Tetouan posee todos los ingredientes y contrastes de cualquier ciudad mediana marroquí: desde la suciedad y dejadez de la parte alta de la medina, donde reside la población más humilde, al lujo y elegancia del blanquérrimo palacio real, pasando por la belleza histórica de la medina, con sus calles estrechas encaladas y culminadas por maravillosas puertas artesanales. 






A unas 45 millas de navegación se encontraba nuestro siguiente destino: El Jehba. Si Marina Smir resultó algo cutre, no sé porqué pensé que me encontraría con algo parecido. Ni en mis mejores sueños. Inocente de mí, que aún conociendo Marruecos, pensé que viajando en barco, como lo hace la gente bien me encontraría con su cara más lujosa incluso a buen precio. Pobretica (como dicen por aquí en Almería). Es lo que tiene dejarse llevar, por el viento y por internet.


El Jehba resultó un pequeño pueblo pesquero, con un pequeño puerto pesquero, donde llegamos de noche, sin mayores indicaciones sobre la entrada al puerto, ni su calado, ni lugar de amarre. Afortunadamente, a última hora siempre se nos aparece, cual fantasma, un marroquí a través de la oscuridad, de entre redes y chatarra, para echarnos una mano y decirnos donde atracar. 

El puerto resultó un lugar de ambiente cargado, algo dejado, austero. El pueblo, situado al final de un valle montañoso, da un poco la sensación de aislamiento, de  abandono, pesadumbre... Claustrofóbico, vamos. Supongo que a esta sensación también contribuye que el tiempo estos días estuviera algo brumoso.


Tres días más tarde, y queriendo llegar directamente de El Jehba a Alhucemas, tuvimos que rectificar y retroceder unas millas para no volver a llegar de noche al destino que, en un principio, habíamos previsto. Y así, atracamos en Cala Iris, otro pequeño puerto pesquero, sobrio pero agradable, y enclavado en un paraje  donde el mar dibuja una costa escarpada y accidentada de gran belleza. Se disfruta especialmente observando desde algún mirador a cierta altura y distancia.


Y no somos, evidentemente, los primeros en haber descubierto el potencial de la zona, ya que existen proyectos para llevar a cabo resorts turísticos en este lugar. Claro que convendría acompañar dicho proyecto de un cambio de conciencia de los lugareños, que no son precisamente muy respetuosos con su entorno, como lo atestiguan los numerosos despojos acumulados en la playa y otros rincones donde los efectivos de limpieza no llegan. En Cala Iris solo existe un pequeño café, donde se juntan, con nocturnidad, un buen ramillete de jóvenes marroquíes a tomar té y dar rienda suelta a los efectos de sus largas y finas pipas de kifi, que les permite, sin inmutarse, tragarse los mayores bodrios televisivos que les pasen por delante, desde los discursos aleccionadores de su majestad Mohamed VI a los pseudoculebrones turcos más infumables... Y todo esto sin prácticamente cruzarse una palabra, aunque compartan la misma mesa.

Y, con promesas de volver a conocer más profundamente la zona, nos dirigimos dos días más tarde hacia Alhucemas, Villasanjurjo en la época española. Por fin llegábamos a una ciudad grande, con lo que presuponía encontrarme un puerto deportivo, con sus posibilidades de luz y agua, e incluso unos baños decentes (o al menos, a la europea) en el puerto, con ducha en el mejor de los casos... Y bien, finalmente nos encontramos atracando en la terminal de ferries del puerto de Alhucemas, donde este año por alguna desconocida y conflictiva razón no funciona el ferri (Melilla-Alhucemas) habitual. Sin luz, sin agua, sin ducha. Pero con baños a la europea (lo que viene siendo una taza y un lavabo), algo es algo. 


La ciudad de Alhucemas va unos pasos por delante del resto de lugares que hemos visitado. Nos sorprendió por lo aparentemente avanzado de la gente, o al menos familiarizados con el mundo que existe mas allá de sus fronteras. Incluso se ve con aparente normalidad que esos bichos raros llamados "mujeres" paseen por la calle, en ocasiones incluso, acompañados de sus novios... apasionante..., yo ya había olvidado que en Marruecos también existen...